Lloré hasta sentir
las lágrimas secarse en mis dedos. Lloré hasta respirar profundo y darme cuenta
de que ya nadie me hacía bien. Lloré hasta entender que estaba sola y
desprotegida en este lugar. Lloré hasta perder la conciencia y sentirme
completamente inútil. Lloré, porque comprendí que nada era capaz de hacerme
sentir viva y, hasta a veces, poder arrancarme una sonrisa; nada podía ser tan
sorprendente y real al mismo tiempo. Lloré porque sentí tu ausencia, esa que
hasta hoy nunca había estado, y por fin logré darme cuenta de que en realidad,
aunque me cueste aceptarlo, no es culpa de nadie ni de nada lo que me sucede.
Lloré, porque por primera vez en mi vida me sentí realmente sin apoyo, sin
amigos, ni nadie a quien recurrir cuando la soledad corta mis palabras y ahoga
mi respiración. Lloré, porque vivía cada día sin vivirlo, creyéndome feliz,
convenciéndome de que todo lo que hacía estaba bien. Y lloré, para descargar de
una vez por todas, todo el dolor que me ocasionaba sentirme tan poca cosa, de
pronto me había olvidado de cómo era sentirse orgullosa de una misma, lloré
porque te extrañaba por primera vez y no podía hacer nada para recuperarte.